CARTAS DE NUESTROS MISIONEROS








Por: P. Jaume Benaloy Marco(*)



Un día especial quedó inscrito para siempre en la historia de nuestro puerto: 14 de septiembre de 1986. En la cima del entonces denominado “Cerro Negro”, Monseñor Luis Bambarén, acompañado de la comunidad diocesana, bendecía una nueva Cruz, la Cruz de la Paz. Fueron padrinos el presidente de la República y su esposa.





Desde aquella jornada, la señal de los cristianos, el Amor crucificado de Dios a la humanidad, se ha convertido en icono singular del pueblo chimbotano, en fuente de esperanza para miles de peregrinos que acuden cada año, incluso en faro de referencia segura de los pescadores a su regreso de mar adentro.



Han pasado veinticinco años y puede resultar conveniente un ejercicio de memoria agradecida que permita afrontar los desafíos del presente y mirar al futuro con esperanza, aprendiendo con humildad de los errores cometidos y promoviendo todo aquello que favorezca la convivencia y el bien común.

                                                                                                                                   

Hace veinticinco años el Perú atravesaba momentos especialmente difíciles. Con demasiada frecuencia se producían muertes, asesinatos, desaparecidos, violaciones, bombas, toques de queda, apagones y un largo repertorio de malas noticias que sepultaron la paz y la convivencia entre hermanos. En definitiva, terror y violencia por doquier. Unos perseguían sus objetivos confiando en la violencia. Otros buscaron solucionar la violencia con más violencia.



Sin embargo, los cristianos confesamos que Jesús es nuestra paz (Ef 2,14). En la cruz, Jesucristo ha derribado el muro que nos separaba, el odio. Sólo en la Cruz encontramos el camino y la fuerza que hace capaz de dar vida abundante, perdonar y reconciliar. La paz, don de Dios y tarea humana, debía ser el único camino seguro para la reconciliación y el cese del conflicto interno entre hermanos.





Es por ello que la iglesia diocesana de Chimbote, con su obispo a la cabeza, creyó con firmeza que la paz era posible y recorrió con esperanza las diferentes instituciones educativas, anunciando el Evangelio y reclutando jóvenes “constructores de la Paz y defensores de la Vida”. Miles de jóvenes acogieron con entusiasmo la propuesta y se pusieron manos a la obra. Así nació la idea de construir una Cruz en lo alto del Cerro.



Dado que no existía el actual camino, alrededor de 27.000 jóvenes, durante once jornadas, formaron una cadena humana desde Siderperú hasta la cima del Cerro para transportar materiales de construcción y edificar la base de la nueva cruz. Las planchas de acero y el resto de la estructura metálica, realizada por los alumnos del Politécnico del Santa, fueron transportados en un helicóptero de las Fuerzas Armadas del Perú. También participaron en la construcción y montaje SiderPerú, Sima, Entel e Hidrandina. Una vez más, se demostró así que la unión hace la fuerza y que no hay nada imposible para Dios.



La Cruz de la Paz debía ser vista por todos y desde cualquier punto de la ciudad. Para ello, se levantó una estructura de 2 x 2 m., con una altura de 25,50 m. y brazos de 12 m. Desde entonces, la permanente brisa marina ha ido deteriorando considerablemente la Cruz y necesita una urgente reparación, que sólo será posible con la ayuda de todos.



Lo que no ha quedado dañado es el compromiso de la Iglesia y su firme anuncio del Evangelio de la Vida, la Paz y la Reconciliación. Así lo vivieron, incluso hasta la muerte, el P. Sandro Dordi en Santa y los franciscanos P. Miguel y P. Zbigniew en Pariacoto. Así lo ha manifestado también la Comisión diocesana de Justicia Social acompañando, alentando y defendiendo a las familias de los desaparecidos del Santa, recientemente ubicados e identificados.



Al cumplirse veinticinco años es propicia la ocasión para volver nuestra mirada a la Cruz y orar para que la sangre derramada de tantos mártires conocidos y anónimos, unida a la de Cristo Crucificado y Resucitado, sea semilla de paz y esperanza para el Perú. Que descansen en paz todas las víctimas de la violencia y que, al contemplar la Cruz de la Paz, ésta llegue a nuestros corazones. Sólo así podremos convertirnos en testigos vivos de la paz y la reconciliación, sin miedo a la verdad y siempre generosos para el perdón.



Han pasado veinticinco años. Gracias a Dios y al empeño de tantos hombres y mujeres de buena voluntad, las cosas han mejorado. No obstante, la paz aparece frágil, los conflictos numerosos y se percibe una confianza desmedida en el recurso a la violencia. Durante el presente año, para celebrar este singular eféride de la Cruz de la Paz, se han promovido varias peregrinaciones con jóvenes de parroquias, instituciones educativas y universidades, bajo el lema “el terrorismo de hoy se llama corrupción”.



De este modo, los jóvenes siguen mirando hoy a la Cruz de la Paz para, desde la fe, trabajar a favor de la honestidad, la justicia y la verdad. Miles de jóvenes durante estos meses han reflexionado y se han comprometido a denunciar y combatir la corrupción imperante.





Finalmente, invito a todos a participar en las actividades que se realizarán a partir del próximo sábado, 17 de septiembre, con la apertura del Año santo con ocasión del XXV aniversario de la Cruz de la Paz en el Cerro de la juventud.



(*)Rector del Santuario Señor de la Vida (Cerro de la Juventud)

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